EL JARDÍN DE LOS CEREZOS en el Teatro Valle-Inclán (año 2015)

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TEATRO VALLE-INCLÁN 

EL JARDÍN DE LOS CEREZOS 2019 CON Carmen Machi

 

El Teatro de Cámara Chéjov presenta EL JARDÍN DE LOS CEREZOS de Chéjov.
Del 8 al 24 de mayo en el Teatro Valle-Inclán. 2015

 

Regresa la versión de El jardin de los cerezos del Teatro de Cámara Chejov que pudo verse unos días la pasada temporada en el Nuevo Teatro Alcalá. Gracias al Centro Dramático Nacional podremos ver del 8 al 24 de mayo la versión de Ángel Gutiérrez. El histórico introductor en España del método Stanislavski a través del Teatro de Cámara Chejov, compañía que crea en 1979 y con la que ha dirigido más de 50 espectáculos. Desde su fundación la Escuela de Arte Teatral mantiene un contacto directo con las Escuelas de Teatro más prestigiosas de Moscú: la Escuela de Teatro del Teatro de Arte de Moscú, la Escuela de Vajtangov, GITIS (Academia de Arte Teatral de Rusia), etc.

 

Chéjov escribió El jardín de los cerezos poco antes de su muerte, con 44 años. El punto de partida de la obra son los problemas financieros de una familia aristocrática rusa, que se ve obligada a convertir su hacienda en un centro vacacional para evitar perderla. En un momento de la obra aparece un elemento misterioso: un lamento estremecedor y lejano, un gemido que hiela la sangre a todos los personajes presentes en escena y que se repite a lo largo de la obra. Nadie ha podido determinar, en más de 100 años, qué significa ese sonido exactamente. ¿Dolor? ¿Desesperación? ¿Vacío existencial? “Cuando los actores preguntaban a Chéjov durante los ensayos qué significaba aquel sonido, él callaba tercamente”, explica Gutiérrez.

 

 

MI CHÉJOV  Por Ángel Gutiérrez

Descubrí a “mi Chéjov” leyendo sus relatos: fue lo primero que leí. Me sorprendió ante todo la brevedad y la sencillez de la forma, algo tan natural como el fluir de un manantial: no hay nada forzado, ni artificial en la descripción de los personajes. Por otro lado, he descubierto a un tipo de personas idénticas a las de nuestro tiempo, con los mismos problemas que nos preocupan hoy, los mismos problemas éticos, morales, políticos, artísticos… pero que, al tiempo, son incapaces de organizar su vida cotidiana. Me conmueve la búsqueda constante de la verdad en toda la obra de Chéjov.

Nunca vi sus personajes como literarios, sino como personas muy conocidas de la vida y muy cercanas a mí. Me vi a mí mismo en casi todos sus personajes: entrañables, siempre dudando de todo, soñadores, buenos, desdichados, atolondrados, ociosos, absurdos…

Siempre quise saber: ¿quién está detrás de todo este mundo mágico, detrás de esos personajes entrañables, tristes y absurdos? ¿Cómo era el mismo A. Chéjov? Cuando leí sus cartas, se me empezó a abrir su figura como persona y muy pronto comprendí que, junto con Goethe, fue el único autor que se convirtió para mí en el ideal y modelo digno de imitar.

Me fascina su modestia, su afán de perfeccionamiento constante, la capacidad de autocrítica severa y de auto exigencia digna de un santo, su infinita generosidad y la disponibilidad para ayudar a la gente en cualquier situación. Basta recordar su labor como médico en los pueblos y aldeas, la construcción de escuelas, hospitales y bibliotecas para los campesinos y para su ciudad natal. Era implacable con la injusticia y no perdonaba la ociosidad, la pereza y, sobre todo, la vulgaridad.

Desde que muy joven empecé a leer sus relatos, su obra dramática y sus diarios, comprendí que era un ejemplo a seguir, y que para dedicarme a poner en escena sus obras debo, ante todo, preguntarme quién soy yo y si soy digno de acercarme a sus obras. Quería imitarlo en su ideario moral. Amo mucho a Pushkin, a Dostoyevski, a Tolstoi, pero eso me ocurrió sólo con Chéjov. Chéjov sabía desde joven que estaba mortalmente enfermo. Eso no le impedía vivir y trabajar, como si tuviera cien años de vida, aunque vivía cada día con intensidad, exigencia y entrega, como si fuera el último. Realizó un análisisrigurosísimo, casi anatómico, de la vida y llegó a la conclusión de que la vida no tiene sentido. Y, sin embargo, afirma que sin la búsqueda del sentido de la vida es imposible vivir una vida digna. Ésta es una de las paradojas chejovianas.

El mayor regalo que Chéjov nos ha dejado es el descubrimiento de la dramaturgia del siglo veinte y del futuro. ¿Qué significa esto? Lo primero, la supresión del héroe del drama. En su lugar pone a un grupo de personas con una relación complicada entre ellos. Descubre así la esencia de la vida de nuestro tiempo: la incomunicación, la degradación del hombre burgués sin ideales, ni rumbo, ni sentido de la vida, el hombre desquiciado y roto para el que no existe ningún valor, sin fe en Dios, ni en sí mismo, ni en el futuro.

Un hombre egoísta, cobarde que se desprecia a sí mismo y no hace nada por salir del laberinto oscuro en el que está perdido. Los personajes de las obras de Chéjov hoy son las personas que lo han perdido todo. Ya no hacen falta a la historia. Están fuera de la vida real pero no es este el único problema que plantea Chéjov.

Cuando pasas por una ciudad europea o americana, las de un país como Suiza, por ejemplo, puedes ver a la gente sentada sola en las cafeterías mirando fijamente a un punto. No sé lo que verán o si verán algo. No hacen nada, no hablan con nadie, ni tienen a nadie con quien hablar. Apenas se mueven. Millones de personas hoy se sienten totalmente fuera de la vida, desplazadas de la realidad del mundo, de su tiempo, aunque vivan en el mismo centro de Europa. Las personas, sencillamente, están fuera de la realidad y esperan algo. ¿Qué esperarán? No lo saben ni ellos mismos.

Esa situación de nuestra vida es la que me interesa trasladar a la escena en las obras de Chéjov. Y cuando me preguntan si lo que deseo con mis espectáculos chejovianos es despertar en el público comprensión hacia sus personajes, afirmo que no. Ni compasión, ni pena. Comprensión, puede ser, y que el público haga suya esa enfermedad, esas reflexiones, que intente hacer algo para cambiar: nunca es tarde para ser y vivir activamente como un hombre. Es un decir.

Y el miedo como tema fundamental en la obra de Chéjov: miedo a la vida, miedo a sí mismo. El hombre acobardado, enfundado (“no vaya a pasar algo”). Miedo hasta para hacer algo para ser feliz. Y así vivimos, con el miedo a cuestas, pensando en el futuro, dejando pasar el tiempo que nos parece infinito, escondidos en el pozo gris de la cotidianidad, en el laberinto de las nimiedades, comiendo, hablando, mintiendo, moviéndonos de un sitio a otro perezosamente con máquinas de fotografiar o vídeos que nunca vamos a ver, con los móviles al oído, hablando de nadie y de nada, acumulando cosas inútiles y, sobre todo, la pereza y el ocio. Pero -eso sí- soñando con una vida feliz. Terminamos solos, absolutamente solos, odiándonos a nosotros mismos en los otros. Desconfiados de todos. Y, un buen día, nos despertamos a media noche de un sobresalto, asustados: “¡Dios mío, pero si mi vida ya se acaba, ya soy un viejo y todavía no he empezado a vivir! Yo que quería… yo que soñaba…. Se acabó mi tiempo… En “La Gaviota” hay un personaje que dice de sí mismo “el hombre que quería”… De Chéjov a Beckett hay un paso.

Ángel Gutiérrez

 

El jardin de los cerezos ©marcosGpunto

El jardin de los cerezos ©marcosGpunto

 

SINOPSIS

El jardín de los cerezos tiene más de 100 años. Pero nadie sabe de qué trata. Algunos recuerdan que la hacienda de la noble dueña Ranievskaya se vende por deudas, y que un tal Lopajin (un nuevo rico) intenta convencerla para poder recuperarla: hace falta dividir la tierra en parcelas y venderlas para arrendar casas de veraneo. Ella rechaza su consejo y finalmente, en la subasta, celebrada el 22 de agosto, el mismo Lopajin compra el jardín de los cerezos.

Durante toda la obra los personajes de Chéjov se divierten, hacen picnics, toman copas, cantan, bailan, se olvidaban incluso de la belleza de la naturaleza que les rodea. Y en este ambiente, un sonido enigmático y misterioso aparece durante toda la obra. Nadie sabe qué significa ese sonido ni de donde procede. Es un sonido suave, triste, pero todos se asustan, permanecen inmóviles, pensativos. LubovAndreie vna, Ranievskaya tiembla estremecida, está a punto de desmayarse. Luego, sólo un infinito silencio se extiende desde su alma al cielo, a las estrellas. Nada, ni un sólo sonido; y de nuevo el mismo insoportable gemido. Es la voz que grita eternamente en nuestra alma, nos acusa por todo lo que hemos hecho. Es una voz de confusos y vanos arrepentimientos, de infinitos días perdidos, de esperanzas muertas, la voz de todo lo engañoso y perdido, de todo lo que hemos conseguido y de lo inaccesible… Y parece que en un solo instante sabremos para qué vivimos, cuál es el sentido de nuestra vida, de dónde venimos y a dónde vamos…

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