Cercanías – Richard Collins-Moore (BLOG MadridEsTeatro)

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richard collins moore

Cercanías – Richard Collins-Moore

 

 

El otro día se me pidió que largara sobre algún asunto relacionado con el teatro. Así de genérico y en general, cosa que me hizo entrar en un estado algo parecido al pánico. Opino más bien poco sobre el teatro, por si ofendo más que nada (que soy capaz…). Cuando me lanzan preguntas tipo «¿Qué es el teatro para ti?» mi cerebro hace pop a lo Pringles. Será porque la cercanía me impide ser lo suficientemente objetivo como para ser mínimamente coherente. Algunas veces en Facebook, largo (y me alargo a más no poder) sobre lo que me enerva en ese preciso instante. Pero suelen ser temas relacionados con manuelas carmenas (majas, todas ellas), y/o asuntos que – iros a saber – me tocan la fibra. Sobre teatro no lo suelo hacer.

Cuando voy al teatro procuro ser un espectador llano, libre de prejuicios a pesar de ser del gremio. Intento atender, asimismo, a reacciones más primarias y que responden poco a una supuesta capacidad para la analítica simplemente por cercanía profesional. Procuro emocionarme y/o aburrirme como una pepa y/o una ostra. Sin más. Y suele no haber término medio.

 

Para mí como actor, el teatro es – entre mogollón de cosas – una oportunidad para llegar a crear la ilusión de la cercanía, la franqueza. Me viene a la mente una actriz: Nuria Mencía. Aparte de ser tocaya de una variedad de uva que se destina a elaborar vinos que me gustan especialmente, es una actriz que una vez, nada más abrir la boca, me hizo llorar por su franqueza, su cercanía. Fue en «Maridos y Mujeres, del bueno de Rigola en la Abadía. Pocas veces se ve a un actor capaz de transmitir lo «effortless» (véase «sin esfuerzo»). Nuria Mencía lo hace. Buscadla cuando podáis.

La impostación en el teatro es lo que más rechazo me produce. Muchas veces los textos de verso me parecen traer la impostación incorporada por defecto. De siglos pasados, añejos, antiguos – qué coño, poco pertinentes, según como. Esos dichosos textos clásicos de verso. Y, sintiéndolo mucho, por mucho que te pongan a tu disposición, a través de mastercláses, herramientas para que todo suene menos a verso – y, por ello, más cercano y/o más actual – en cualquier momento llega un pentámetro yámbico y ya te han jodido. Es como si te dijeran, «Venga. Ahora hazte cercano, pringao.»

 

Soy inglés, de la tierra de Shakespeare. ¡Buf! Shakespeare… Recuerdo una excursión de chaval a una representación de Hamlet, donde el actor que interpretaba al príncipe cagadudas de marras soltó el archifamoso «To be or not to be» con un sandwich de máquina expendedora en una mano y un vaso de porexpán en la otra. Sería en los años setenta, por allá, cuando Peter Brook iba por los desiertos con una alfombra y una Helen Mirren aún despampanante. Aquel viaje que dio pie al maravilloso libro «La Conferencia de los Pájaros». La experimentación, la búsqueda. El encontrarse con pueblos cuyo concepto del teatro (en mayúsculas o minúsculas) era inexistente. Aquellos maravillosos años del teatro pobre y polaco, o el Living Theatre de los neoyorquinos con su toque hippy «in your face», tan cercanos que detectarías hasta la marca de su pasta dentífrica.

Años más tarde – ya en el lindar de los noventa más o menos -presencié un Tito Andrónico con dirección novel del bueno de Rigola (aún chaval, pero apuntando maneras). Fue en Badalona, en su teatro municipal, donde se recurrió a un «minipímer» para darle un toque actual y tragicómica a una escena de violación. Era un poco el sandwich y el vaso de porexpán revisited.

Lo que quiero decir es que da la sensación de que a veces intentan remediar por puesta en escena lo que es, supuestamente, irremediable por texto. Calixto Bieito lo hacía constantemente, cual acólito empedernido de la modernez. La Fura dels Baus montan óperas que parecen pasadas por colocones de pasti. Todo en nombre de «revisar» los clásicos y hacerlos más cercanos.

Es para decir, «oye, si te fastidia lo clásico de entrada, déjate de hostias y búscate el hit de este año de off- Broadway«. Ojalá fuéramos más francos. No me molesta especialmente ir al teatro sabiendo que voy a ver una pieza de museo. Porque hay clásicos que son piezas de museo. Punto. El humor de Oscar Wilde, tan crítico con y para los victorianos, me resulta cansino sin remedio. Por lejano e impertinente. Que montara una compañía española una pieza suya hoy en día me parecería una pérdida de tiempo, por falta de referencias culturales del personal espectador por un lado y por otro, caducidad en lo moral.

Fui a ver el Alcalde de Zalamea el otro día. Yo ya había visto algo de la Pimenta. Vi en Girona hace años un montaje suyo de «Trabajos de Amor Perdidos» y me pareció una maravilla. Nada de poner a los tíos en trajes modernos. Todo muy «museo» en ese sentido. Ni minipimers ni porexpán. Pero eso sí, un cuidado exquisito de movimiento escénico gracias, en parte, a la feliz colaboración (algo habitual) con la compañía de danza Mal Pelo.

En el Alcalde de Zalamea se aprecia eso, ese cuidado a la hora de «mover a los actores». Flotats también lo sabe (lo digo por recuerdo personal). En inglés existe el término «blocking» que se refiere justamente a eso: el mover a los actores, el «ahora con esta frase vas para allá, y luego para acá mientras te pones como una furia con esta frase…». Así de sencillo. A mi, como actor, eso siempre me ha dado mucha seguridad. El movimiento como impulso. En el Alcalde de Zalamea eso se ve.

Pero por desgracia me había tocado una butaca de segunda fila de un palco de esos laterales pegados al escenario donde sólo se ve una sexta parte del mismo. Cuando la cercanía te jode vivo, vamos. El recinto del Teatro Clásico debe de estar mal planteado en ese sentido, reformado o no. Si no se ve una mierda deja de ser teatro, ¿no? Y pasa en muchos teatros que si no estás en el patio de butacas, viendo todo de frente, corres el riesgo de tener que hacer malabares cervicales. Una vez trabajé con un director que mandaba a su ayudante a dar vueltas por las butacas chungas en los pases para ver si se podía corregir algo respecto a la visibilidad.

Total, al rato del Alcalde me tuve que despedir, sin hacer ruido y con derecho a opinar más bien poco, deslizándome entre las cortinitas de palco. A la salida del teatro me encontré con una reunión de falangistas que, créanme, de cerca no molan nada.

 

 

Richard Collins-Moore

 

Foto: Javier Naval

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