Oficios de (es) TEATRO: Josep Maria Miró

Lavapiés, Barrio de teatros
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Pablo Messiez (EsTeatro)
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Josep Maria Miró

Josep Maria Miró

 

Oficios de (es) TEATRO: Dramaturgo – Josep Maria Miró

 

 

“¿Y tu Josep, a qué te dedicas?”. “Trabajo en teatro”, suelo decir de forma escueta. Luego te das cuenta que tienes que precisar un poco más. Siempre que digas que trabajas en teatro, lo primero que imaginaran, obviamente, es que eres actor. Reconozco que alguna vez había dicho que era administrativo o alguna profesión que –no sé los motivos- no genera un cúmulo de preguntas después de haberla dicho. En alguna ocasión, también inventé una profesión que me parecía exótica o poco convencional pero me generó más de un problema de verosimilitud e incluso alguna situación cómica tiempo después de haberlo dicho. Pero la mayoría de las veces, cuento que soy autor. Es una palabra que cuando la pronuncio me da cierto rubor, quizás porqué la asimilo a nombres, de esos que pondrías en mayúsculas, y que admiro y respeto profundamente. Acto seguido, vienen preguntas y frases que generalmente suelen repetirse: “¿Qué has escrito?”; “¿Para qué teatro escribes?”; “¿Qué tipo de obras haces?” ; “¿Tu eres el que inventas las historias? ¿Escribes los guiones?”; “¿Escribes y luego lo vendes a un teatro?”; “¿Cómo lo haces para inspirarte?”; “¡Debe ser jodido si un día no estás inspirado!” y posiblemente una pregunta simple, pero clave: ¿Por qué escribes teatro?. He de reconocer -aunque pueda resultar un poco antipático- que eso de llamar guión al texto y esa idea, entre tópica y pseudoromántica, de la inspiración me irritan un poco, pero intento disimularlo con un leve suspiro. Escribo teatro porqué tiene algo de ritual. Requiere dos presencias activas: en el escenario y en la platea. Esto genera una conjunción y unas circunstancias para que se produzca un diálogo en tiempo presente entre estas dos partes que no ocurre en otros géneros literarios. Me gusta esta idea del diálogo. Y cuando hablo de ello me estoy refiriendo a interrogar al espectador, hacerlo reflexionar, modificarlo, entretenerlo -ejercicio nada fácil y, a veces, menospreciado-, hacerlo enfadar, incluso irritarlo… Como en la vida, las posibilidades de diálogos son múltiples y el teatro es preciso que provoque una de estas muchas variedades.

 

Y aquí, como autor, defiendo la necesidad del compromiso con la escritura. Decidir que tipo de teatro queremos hacer. El tipo de poética. El diálogo que queremos provocar con este espectador -que no es un espectador, sino este agente impreciso y diverso al que llamamos público-. Y en este sentido defiendo la necesidad de un paisaje teatral diverso, que implicará un paisaje sano. Cuando digo esto me refiero a un paisaje teatral donde sea posible desarrollar y encontrar poéticas y teatralidades distintas desde el entretenimiento, la reflexión, las que nos recuerde cual es nuestra tradición –también para distorsionar, actualizar o intentar encontrar que vínculos aún nos quedan con esta tradición-, el experimental, etc. En que todas tengan cabida y que genere públicos diversos. Y por esto insisto en la idea de que los autores hemos de definir y encontrar una voz propia, una forma de expresarnos teatralmente. He hablado en muchas ocasiones que escoger el tipo de teatro que queremos hacer, en el fondo es una decisión política, ideológica. Como lo es vivir de una determinada forma. Para mi el teatro es un acto político. A veces, cuando hablas de teatro político o ideológico, la gente se asusta un poco. Quizás por lo denostado del término en nuestros días. No estoy hablando de hacer un teatro panfletario o dogmático. Estoy hablando de la necesidad que los autores nos comprometamos en el modelo de teatralidad que queremos hacer. En el diálogo que queremos establecer con el público.

 

Un buen amigo, me decía que una obra que empieza por una pregunta tiene toda una función por responderla. Quizás por este motivo, la primera réplica de algunas de mis obras han empezado con una pregunta como ese “¿Estás seguro de ello? con la que empezaba El principi d’Arquímedes. Abro preguntas y escribo sobre lo que no tengo respuestas pero me inquieta profundamente. Ni tan siquiera tengo claro si en acabar la función habremos hallado la respuesta pero la mayor satisfacción será que el debate vaya más allá de la ficción y nos transforme o nos interrogue como individuos o colectividad. Quizás por esto siento poco interés por un teatro que, otro buen amigo, define como el teatro para los convencidos, ese teatro que reafirma las propias convicciones y creencias y que, en el fondo, es como un bálsamo. Sales del teatro con la sensación que todo está bien, que estás en el buen camino, que tienes la razón, que tu percepción del mundo es la correcta. En cambio, reconozco que hay un teatro que me sacude. Que me hace tambalear. Que abre dudas. Que me interroga como individuo y como miembro de una colectividad. Que me pone en un lugar frágil. Y ese lugar frágil es posiblemente una especie de tierra de nadie que me modificará y me transformará y ejercitará mi papel de espectador activo. Es ese teatro el que me gusta como espectador y al que aspiro como autor. Por eso, hay unos autores, de esos que me refería antes que sus nombres los pondría en mayúsculas, como Harold Pinter, Martin Crimp, Bernhard, Lluïsa Cunillé, o muchos otros, que me fascinan porqué han encontrado una voz propia y han sido capaces ponerme en lugares fragilísimos y que también me comprometen como espectador.

 

El teatro es un encuentro. Un encuentro efímero. Irrepetible. En distintas direcciones. El cine se puede archivar. El teatro es más difícil. Es función que nos ha sacudido en la butaca en una noche no se volverá a repetir, difícilmente la podremos recuperar y revisar. Quizás se podrá archivar una noche pero… No… Difícilmente se podrá captar esa tensión del aquí y ahora. Ese silencio que se puede llegar a producir después de una réplica y donde parece que la platea ha enmudecido… Irrepetible también para los creadores que trabajamos durante dos meses con un equipo humano, con procesos en los que pasan mil cosas -algunas maravillosas, algunas difíciles, algunas que también nos modifican- y que raramente se darán las circunstancias para volver a coincidir todos los integrantes.

 

Cuando empieza la función… El teatro es un encuentro de imprevisibles consecuencias.

 

 Josep Maria Miró

Licenciado en Dirección y Dramaturgia en el Institut del Teatre de Barcelona y en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Desde la temporada 2013-14 es miembro del Comité de lectura del Teatre Nacional de Catalunya (TNC).

Es autor de La travessia, Obac, Rasgar la tierra, Humo, Nerium Park, El principio de Arquímedes, Gang Bang o La mujer que perdía todos los aviones, entre otras.

Ha recibido más de una decena de galardones, entre ellos el Frederic Roda en la noche de las letras catalanas o el prestigioso Premio Born –en dos ocasiones-. Sus obras se han traducido y estrenado en más de una veintena de países de todo el mundo. Es autor de las dramaturgias Neus Català, Esperança Dinamita, Los libres cautiverios de Ricardo y Leonisa o Como si entrara en una patria. Ha dirigido sus textos y El carrer Franklin de Lluïsa Cunillé o la ópera La voix humaine (Texto de J. Cocteau y música de F. Poulenc).

Es coguionista de la versión cinematográfica de su texto El principio de Arquímedes dirigida por Ventura Pons.

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