por Patxo Tellería
Siempre me he preguntado por qué no se escribe ya teatro en verso. Se me ocurren algunas razones, pero todas insatisfactorias.
Primera razón: “El teatro en verso suena a antiguo”. Es natural que así sea, puesto que todo el teatro en verso que se pone en escena, y no se pone poco, al menos del Ebro para abajo, pertenece a otro tiempo, es arqueología teatral. Sin embargo es una teoría desmontable. El verso, esto es, el lenguaje expresado con medida y rima, no está en absoluto anticuado. De hecho, muchas de las canciones que cantamos y que amamos, ya sean en euskera, castellano o inglés, están escritas en verso, recurso literario que, bien usado, aporta belleza al lenguaje, o como diría cualquier coach de management empresarial, “valor añadido”. El verso es un valor en alza en muchos entornos culturales. Desde luego lo es el fenómeno del bersolarismo en la cultura euskaldun. Y cómo obviar la fascinación que el lenguaje rimado provoca en las nuevas generaciones urbanas de todo el mundo a la sombra del emergente fenómeno del rap. El verso no está anticuado. Lo que está apolillado es el repertorio teatral. Por la sencilla razón de que ya nadie escribe teatro en verso. Es una pescadilla que se muerde la cola.
Segunda razón: “El teatro en verso es difícil de entender”. Y para argumentar esta razón nos basta leer o escuchar textos teatrales en verso, ya sean de Tirso, de Lope o de Calderón. Otra teoría desmontable. Y con parecidos argumentos. No es tanto el verso lo que dificulta la comprensión del texto (aunque no se puede olvidar que es un lenguaje más elaborado y alejado del habla coloquial y que por tanto requiere un plus de atención) sino el propio idioma utilizado en esos versos, de otra época, con palabras, giros y referencias totalmente en desuso. El acto teatral precisa complicidad con el público, y ésta es difícil de conseguir cuando el contexto nos resulta desconocido. Otra pescadilla que se muerde la cola.
Tercera razón: “El teatro en verso aleja de la realidad”. Y ahí sí. Ahí me has dado bien. Verdad irrefutable, nadie va por la calle hablando en verso, y si lo hace, debería hacérselo mirar. Pero permitidme contraatacar con una nueva pregunta, ¿Debe el teatro parecerse a la realidad? Indudablemente, debe hablarnos de la realidad, beber de ella, incidir en ella. Pero ¿parecerse?. Todo arte es reinterpretación de la vida. Y por lo tanto, es artificio.
Sin embargo un espectador contemporáneo no acepta como cánon estético el acartonamiento del teatro de otros tiempos, declamatorio y engolado, y es cierto que durante los dos últimos siglos hemos vivido un enriquecedor proceso de verosimilitud, tanto en los textos como en la manera de actuar, siendo el punto de inflexión Chéjov y Stalivsnaski. Tenemos mucho que agradecer a este proceso, que ha dejado tantas obras maestras. Pero sucede que esa verosimilitud, ese acercamiento a la realidad, ha sido adpotado por el lenguaje audiovisual (llámese cine, televisión o cualquiera de los nuevos formatos por llegar…), adueñándose prácticamente de él. Difícil papeleta, la del teatro, competir en realismo y verosimilitud con muchos menos medios. Es por eso por lo que creo que, lejos de ser un defecto, este “distanciamiento formal” de la realidad es una virtud que fortalece el hecho teatral. Siempre que el distanciamiento no signifique ignorar o situarse al margen de la propia realidad, que es nuestra fuente.
El teatro debe buscar sus propios medios expresivos. Y ahora, vuelvo a la pregunta del comienzo. ¿Por qué no escribir en verso, también, teatro contemporáneo, comprensible y estéticamente elaborado?
Y como no he encontrado ninguna razón para no hacerlo, he decidido escribir PÁNCREAS, una tragicocomedia contemporánea en verso. Una renovación insólita.
PÁNCREAS se representa en el Teatro Amaya
Patxo Tellería
«Nací y me hice adulto en el Bilbao oscuro y tiznado de los 60 y 70, en un ambiente social, político y estético que no parecía invitar mucho a la creación artística. Pero las apariencias engañan, la efervescencia de la cultura vasca de aquellos años, al margen de o contra el sistema, debieron estimularme y en los 80 quise sumarme a esa ola. Desde entonces he sido y soy actor, autor teatral, guionista y director de cine. Resumiendo, me dedico a la ficción, o lo que es lo mismo, a contar mentiras. Mi oficio consiste en dar a esas mentiras rango de verosimilitud. En otros oficios de carácter público hacen exactamente lo mismo, con una diferencia: nosotros reconocemos trabajar con la mentira.»