Cuando me propusieron escribir para esta publicación, la primera duda que me salto a la cara fue: ¿de qué hablo? . A lo que el responsable del blog me aconsejó que hablará sobre mi trabajo, mi visión del teatro o del estado del teatro en general. Soy muy poco dado a contar mi visión de un arte que es tan heterogéneo, subjetivo, efímero y en constante movimiento; ya que lo que hoy defiendes con convicción férrea mañana dejará de tener sentido con toda seguridad y te sentirás un iluso. Fue entonces cuando me quedé colgado con la idea del estado del teatro en general, pero lejos de hacer un análisis personal sobre un tema eterno en el que muchos apuntan acertadamente su visión, mi mirada se centró en una hecho mucho más prosaico pues venían a mi mente las imágenes del estado de los teatros, de los edificios, de los escenarios, de los camerinos. Quienes estén actualmente actuando en Madrid podrán comprobar el estado deplorable de muchas de las salas de la capital. Como público uno descubre el mal aspecto de las instalaciones, los terciopelos roídos y sucios de las butacas, las paredes y techos agrietados y repletos de manchas, las cortinas mugrientas, los suelos destrozados…. En resumen, la decrepitud y dejadez de las salas a vista de público es ostensible pero lo que el público no ve, es aun peor. Existen grandes salas de teatro con renombre cuyas instalaciones técnicas y caja escénica están temerariamente sometidas a un abandono y, al mismo tiempo, a una sobre explotación que son el resultado de una situación insostenible por la falta de interés o de medios para evitarlo. Me explico: es evidente que un empresario apenas tiene margen de ganancias debido al castigador 21% … por lo que, pienso yo, probablemente no pueda invertir en la mejora de las instalaciones. Aunque ¿no existían subvenciones para el mantenimiento del edificio? ¿O acaso, de haberlas, son una minuta incapaz de sufragar lo necesario para su mantenimiento? Y por ser mal pensante, ¿no se usaran esos fondos para otros menesteres? No es mi intención herir a ninguno de los empresarios de paredes o productoras que gestionan algunos de estos teatros, en absoluto. Soy conocedor de la precariedad a la que están sometidos pero debo trasmitir ciertos rumores que pululan entre los profesionales e incluso los asiduos a este extraño pero necesario trabajo nuestro. No pretendo denunciar sino abrir un debate en el que alguien nos explique porqué no se pone remedio a esta situación, que paradójicamente es un reflejo más de la desidia que impera en la sociedad.
Al mismo tiempo, muchos de los teatros de Madrid, se han lanzado a la moda, quizá necesaria, de la multi oferta de espectáculos. Hay teatros como el Lara que tienen hasta 8 diferentes a la semana. Haciendo uso del vestíbulo, alguna sala nueva y el propio escenario principal y disponiendo de horarios tan bizarros a veces como funciones a las13 h… Y dicho sea de paso casi siempre lleno. Un éxito, sí. “Rentabilizamos el espacio y damos trabajo a muchas compañías”, pueden pensar algunos, pero permítanme que recuerde que muchas de esas compañías sólo realizan una o dos funciones a la semana y en salas de no mucho aforo, no creo que permita a las compañías subsistir ni siquiera. Y he aquí dos consideraciones en este aspecto. Cuando he asistido como público a este tipo de salas, me he encontrado con la incómoda situación de disfrutar de una función magnífica al tiempo que oíamos los ecos y zumbidos de la música del espectáculo que se estaba representado en otra sala al mismo tiempo. Los asistentes que estaban a mi alrededor se miraban unos a otros con malestar pues semejante situación les sacaba de la función y les impedía entrar en la representación que ellos habían pagado y que, además, dicho sea de paso, era un drama que requería cierta concentración. Yo además, como actor, no podía dejar de pensar en mis compañeros que estaban actuando y que debían realizar un ejercicio sobrehumano de abstracción para poder realizar su trabajo. El resultado fue la indignación de los asistentes; doble en mi caso porque yo he sufrido las consecuencias de representar una función mientras resonaba sobre nosotros la discografía entera de Raphael o Marta Sánchez.
Otras de las situaciones a las que te tienes que enfrentar es a compartir escenario y medios técnicos con otras compañías. Esto significa que no puedes mostrar el espectáculo en toda su dimensión, ya que no puedes usar todos los focos necesarios ni siquiera todo el espacio escénico que te gustaría. Lo que haces es adecuarte al espacio que te permiten, sacrificando juegos de luces al tiempo que debes estar agradecido por tener un espacio en Madrid donde mostrarlo. Qué suerte. Y no es cinismo, verdaderamente es una suerte poder estar en un teatro en Madrid, pese a todo.
Si entramos en consideraciones técnicas, ahí ya tenemos para rato. Quitando los teatros públicos, donde los departamentos técnicos disponen de medios suficientes y de calidad, la mayor parte de los teatros de Madrid que conozco tienen carencias importantes. Y voy a hacer especial hincapié en el tema del sonido. Casi todos los equipos están obsoletos o destrozados. Es habitual encontrarse con altavoces estropeados o monitores de poca calidad imposibles para usar. Vale que no haya dinero para reemplazarlos por unos nuevos o de mejor calidad, pero me temo que una de las razones principales de este tipo de defectos es la falta de criterio con respecto al sonido. Pero el resultado es que uno debe enfrentarse a estos obstáculos con buena fe para salvaguardar tu espectáculo, a sabiendas de que todo esto va en detrimento de la calidad. Yo siempre pongo el mismo ejemplo: después de una actuación con un sonido de mala calidad la gente suele decirme… ¡Qué bien cantas!. Sin embargo después de una función con un sonido de buena fidelidad la gente suele decirme… ¡Cómo me has emocionado! He ahí la diferencia… He ahí la sutil diferencia de hacer algo con calidad a hacerlo simplemente. Muchos pueden pensar que soy un sibarita, un tipo exigente, un meticuloso… pues la verdad es que sí. Siempre creí que debía perseguir la excelencia si queremos dignificar la profesión y que el público cada vez más se acerque a las salas. Es nuestro deber.
Lo que me parece más grave es que esta situación en muchas ocasiones pone en peligro nuestra propia integridad física. Hay cajas escénicas que no respetan las condiciones mínimas de seguridad laboral. Pero eso no importa. Eso si; ni se te ocurra fumar en escena aunque sea indispensable para el personaje o para la acción porque está prohibido. ¡Que esquizofrenia es esta! En Turquía, a las películas que se emiten por televisión, le ponen un parche para emborronar los cigarros que fuman sus personajes… ¡estamos locos! ¡Es una película! Anécdotas aparte, la cuestión es que lo artistas nacemos con un gen especial que nos obliga a aceptar y pasar por encima de estas cuestiones; quizás por costumbre, por miedo, por inconsciencia… o lo más seguro, ya que para nosotros lo más importante es salir al ruedo y hacer una buena faena: por vocación.
Angel Ruiz