Octubre Producciones y Teatro Español
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Manuel ha herido a un policía y se ha dado a la fuga, refugiándose en casa de su tío. No sabe el alcance de la lesión pero su tío le aconseja que desaparezca: sea cual sea la gravedad, darán con él y pasará un largo tiempo en la cárcel. Manuel no tiene otra opción que escapar aprovechando la noche y se refugia en un pueblo perdido y abandonado, un pueblo al que ambos deciden llamar Zarzahuriel. Allí, a pesar de no contar con casi nada y subsistir de milagro, Manuel descubre su vida chula. Solo tiene contacto telefónico con su tío, que le ayuda en lo que puede desde la distancia. La paz, la tranquilidad y la libertad que Manuel respira en Zarzahuriel no le hacen echar en falta nada, al contrario, su precariedad es lo que le acerca, hasta casi tocarla, a la felicidad. Y esto es así hasta que una familia urbanita, los mochufas, como él los llama, decide disfrutar la vida rural y adquiere y se instala en otra de las casas abandonadas de Zarzahuriel. Esta convivencia inesperada trastocará la existencia de Manuel y ensuciará para siempre su paraíso.
La adaptación teatral de la novela de Santiago Lorenzo recoge toda la aventura a través de la mirada de los dos hombres, Manuel y su tío. Cada cual desde su espacio van viviendo juntos los distintos estadios por los que pasa la vida de Manuel, separados por la distancia pero unidos en escena como si estuvieran en un mismo lugar: el miedo inicial a perder la libertad, el descubrimiento de la felicidad de la vida solitaria y precaria, la ridícula facha de los mochufas domingueros ensuciando su paraíso, la vuelta a la ciudad y el final definitivo a la búsqueda de la libertad absoluta. Todo ello a través del castellano radical e inclasificable de Santiago Lorenzo, que dota a la historia de un sentido del humor que es, simplemente, distinto a lo que conocemos.
SOBRE EL AUTOR
Se llama Santiago Lorenzo. Los astros se alinearon para que naciera un buen día de 1964 en Portugalete, Vizcaya, España, Europa, la Tierra. el Universo. Primero miró, luego observó, después filmó y ahora escribe. En todas esas etapas vivió y en ninguna hizo lo que hacen los actores: actuar. Denle una goma de borrar Milan y unas tijeras y les creará un mundo. Aunque hace tiempo que con un teclado hace lo mismo y mejor. Este artista pretecnológico de pulsaciones lentas (quizás por su corazón grande) vive a caballo (o a autobús de varios caballos) entre Madrid y un taller que ha elegido en una aldea de Segovia que podría servir para ejemplificar la recurrente expresión «alejado del mundanal ruido».
No siempre fue así. Estudió imagen y guión en la Universidad Complutense y dirección escénica en la RESAD de la capital del reino. Siempre tuvo claro que ante problemas reales, sólo sirven las soluciones imaginarias, así que en ese año constelación que fue 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como Bru, Es asunto mío o el aplaudido Manualidades.
Porque además de eso, al artista artesano Lorenzo siempre le gustó construir maquetas imposibles trabajadas con las manos: una cómoda con cajones que se abren por los dos lados, puertas por donde sólo podría pasar el Hombre más Delgado del Mundo y teatritos donde los Madelman son los protagonistas. Si no gozara del don de la escritura, podría haberse empleado en cualquier oficio antiguo: sereno, porque tranquilo lo es un rato, o jefe de estación ferroviaria, porque los trenes portátiles le gustan más que a un hombre alegre una pandereta. En 1995, produjo Caracol, col, col, que le valió pisar con calma la alfombra roja de los Premios Goya, que ganó en la categoría a Mejor Corto de Animación.
Cuatro años después se empeñó en estrenar Mamá es boba, la historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio (la película fue una de las primeras en abordar el tema del bullying) y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda. La película pasará a la historia como uno de los filmes de culto de la comedia agridulce y podría servir como mito fundacional del post-humor que busca la risa helada e incómoda. Con ella fue nominado, para su sorpresa, al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres. En 2001 abrió, junto a Mer García Navas, Lana S.A., un taller dedicado al diseño de escenografía y decorados con el que hicieron tanto muñequitos de plastilina para el anuncio del euro como la catedral que aparece en una de las entregas de Torrente. En 2007 estrenó Un buen día lo tiene cualquiera, donde volvía a elevar una historia de una persona para explicar un problema colectivo: la incapacidad, afectiva e inmobiliaria, para encontrar un sitio en el mundo (o un piso en la ciudad, para el caso).
Harto de los tejemanejes del mundo del cine, decidió cederle sus ideas a esto de la literatura, por lo que en 2010 publicó la novela Los millones (Mondo Brutto), uno de los libros del año con un gancho cómico y un golpe más bien trágico: a uno del GRAPO le toca la lotería primitiva; no puede cobrar el premio porque carece de DNI. Desde entonces, ha escrito Los Huerfanitos, se ha deleitado con ábsides de catedrales y ha continuado atacando los vicios de la sociedad de la única forma posible: con la risa, el recurso de los hombres que gozan de una inteligencia libre de presunción. También ha seguido hablando con voz grave, lanzando chanzas coheteras y fumando un pitillo a cada hora en punto con tiros cortos. Ha hecho, en definitiva, muchas cosas, pero su mayor temor continúa siendo caerse a la ría desde lo alto del puente colgante de Portugalete, patrimonio de la Humanidad desde 2006.
Ficha artística:
Diseño de espacio escénico y vestuario Alessio Meloni
Diseño de iluminación Juan Gómez-Cornejo y David Hortelano
Composición música original Miguel Malla
Una producción de Octubre Producciones y Teatro Español