por Alberto Conejero
Escribir (para el) teatro
Considero que escribir teatro es imaginar historias en los otros y para los otros. No existe teatro que no sea un encuentro con los otros y por esa razón nunca se está solo cuando se escribe teatro, aun cuando la escritura acontezca en soledad. Se escribe teatro y se anhela intimidad con otros seres humanos. Porque como dice Enzo Cormann, los dramaturgos no escribimos teatro sino que escribimos para el teatro. Y por eso la escritura teatral contiene siempre la vocación de encuentro con otros imaginarios: con el del director, con el de los actores, con el del escenógrafo, etc. y, por último (o quizá antes que nada), escribir teatro es convocar el encuentro con el imaginario de los espectadores. Todos ellos, de un modo fantasmagórico, acompañan al dramaturgo cuando genera sus historias.
Quizá escribir teatro es en primer lugar citarse con quien uno quisiera o teme o intuye ser. O de otro modo: escribir teatro es concertar una cita con el desconocido que nos habita. Porque los personajes no dejan de ser las otras voces que encierra nuestra voz. Están allí, dentro, y cuando la escritura las libera, aparecen inextricablemente libres. Muchos dramaturgos insistimos en ese momento en que los personajes cobran voz propia y la mano se afana en el teclado (o el bolígrafo) por no quedarse atrás.
Escribo para lanzar preguntas para las que no tengo respuestas. La escritura me cuestiona como individuo y como ciudadano. Escribo porque dudo. Escribo también porque no aprendí a rezar pero tengo la necesidad de algo que no está pero a lo que debemos atender. Al igual que Perseo utilizaba el escudo para enfrentar a Medusa, yo empleo la escritura teatral para enfrentar mis miedos, mis anhelos o mis pasiones ingobernables. Escribo teatro y doy una forma a lo provisional e inestable. Dispongo ordenadamente una fuerza caótica. Cada obra es un laberinto donde espera un Minotauro que nos recuerda que, como todo misterio, la vida siempre tiene algo maravilloso y monstruoso a la vez. Y escribo teatro porque me hace profundamente feliz y siento la ilusión de libertad y plenitud escribiéndolo.
De dónde surgen las historias y cómo es el proceso de escritura
Como el escultor que intuye lo que la piedra esconde y la golpea y cuando termina descubre por fin la imagen anhelada pero nunca vista, el escritor libera con la escritura una obra que aún no conoce pero que presiente. Por mucho que la técnica nos ayude, por mucho que contemos con estructuras, estrategias, ideaciones de todo tipo, la escritura siempre es descubrimiento. La obra siempre sabe más de nosotros que nosotros de la obra. Por eso sentimos la necesidad de escribirla. Hay algo de acto de fe cuando se inicia un proceso de escritura. Se confía y hay un momento en que la obra se desvela, aparece finalmente. La escritura es acontecimiento que culmina en epifanía.
Las obras nacen de diferentes lugares. A veces surgen de la reunión de otras obras que has visto / leído y algo de tu vida las aglutina y genera una nueva; otras veces nacen de una imagen que contiene el germen de una historia o son provocados por una experiencia concreta. A veces brotan de un lugar más eidético o intelectual. Los encargos nos hacen habitar historias inesperadas pero no menos personales. En todo caso, la historia ya está ahí, se está incubando, es inútil poner resistencia porque sus síntomas se multiplican, se extienden por tu imaginación e incluso el cuerpo siente algo parecido a la fiebre. Como un zahorí, pasas esos días atendiendo a las señales, a los indicios de tu historia diseminados en todo lo demás. Pero entonces hay que decidir las coordenadas básicas: los personajes, el espacio, el tiempo, la situación… Hay una lucha de “número y poesía” como dijo Federico García Lorca, entre la técnica y las pulsiones no domeñadas, entre las limitaciones que impone la escritura/praxis teatral y la naturaleza impetuosa de su contenido. Existen manuales de escritura dramática, existen consejos a los nuevos dramaturgos, existen y son tan necesarios como prescindibles si no se siente la necesidad de escribir.
¿Cuándo se termina de escribir una obra de teatro?
Por último, al igual que es difícil saber cuándo se empieza a escribir una historia cada vez me es más difícil saber cuándo se termina de escribirla. Los ensayos, las puestas en escena y los espectadores han hecho que reescriba textos incluso después de su publicación. Durante los ensayos de la lectura dramatizada que dirigí de Ushuaia descubrí algunas zonas que podían (y debían) amplificarse de un personaje gracias a las preguntas de Eva Rufo, la actriz que lo interpretaba. Y el texto ya se había editado… Estos días Pablo Messiez está ensayando La piedra oscura para el Centro Dramático Nacional y sé que la puesta en escena me hará descubrir lo que esconden los pliegues del texto y que quizá traiga una nueva versión que atienda tanto a sus fortalezas como a sus zonas más débiles. No se trata nunca de modificaciones radicales pero sí de ajustes que, por otro lado, también provoca el tiempo. Acabo de terminar, mientras escribo estas líneas, un texto nuevo después de siete borradores y de dos años de teatro. Siento la misma incertidumbre y alegría que cuando hace quince años terminé Húngaros, mi primera obra. Y como entonces comparto el deseo de Koltès: “solamente deseo que algún día pueda contar bien, con las palabras más sencillas, la cosa más importante que conozca y que pueda contarse: un deseo, una emoción, un lugar, luz, sonidos, cualquier cosa que sea un fragmento de nuestro mundo y que pertenezca a todos«.
Alberto Conejero
Es licenciado en Dirección de Escena y Dramaturgia por la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid y doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Ha completado su formación como dramaturgo junto a Juan Mayorga, José Luis Alonso de Santos y Alejandro Tantanian, entre otros. Desde 2008 es profesor de Escritura Dramática en la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León.
Es autor de los siguientes textos dramáticos: Todas las noches de un día, ganador del III Certamen de Textos Teatrales de la AAT; La piedra oscura, estrenado en el Teatro Solís de Montevideo, en el Centro Dramático Nacional de Madrid, en el Teatro de Arte de Moscú, en el II Festival de Teatro Español de Londres y en el Teatre Lliure, Premio Ceres al Mejor Autor 2015 y publicado por Ediciones Antígona; La extraña muerte de una cupletista contada por su perro, publicado en II Laboratorio de Escritura Teatral de la Fundación Autor; Cliff (acantilado), ganador del IV Certamen LAM 2010, publicado por Fundación Autor y estrenado en Buenos Aires y en Madrid; Ushuaia, Premio Ricardo López de Aranda 2013, publicado por la Asociación de Directores de Escena; Húngaros, seleccionado para el XI Festival de Dramaturgia Europea Contemporánea de Chile 2011, Premio Nacional de Teatro Universitario 2000 y publicado en Primer Acto.
Asimismo es autor de diversas traducciones y dramaturgias: Retablo de peregrinos para Las huellas de la Barraca 2010; El premio del bien hablar de Lope de Vega, La barca del infierno de Gil Vicente; El banquete (Fringe 2013); El examen de los ingenios de Juan de Huarte (Festival Almagro Off 2013) y La mujer del monstruo (Frinje 2015). Y de los libretos de los espectáculos musicales Versa est estrenado en la Catedral de Ávila en 2011 y La chica del XVII o el corral de los cuplés para el Corral de Comedias de Alcalá de Henares en 2011.
Qué motivador es leer estas reflexiones de Alberto Conejero, de quien tuve la suerte de ser su alumno en el máste de teatro de UNIR. Lo celebro, me celebro