El Centro Dramático Nacional
presenta
«Inmediatamente después de estrenar Los hermanos Karamázov en el Teatro Valle-Inclán, José Luis Collado y yo decidimos enfrentarnos a esta adaptación de El idiota que presentamos esta temporada.
El príncipe Myshkin de Dostoyevski es el último miembro de una familia noble y arruinada. Padece, como el propio autor y como el Smerdiakov de los Karamázov, ataques epilépticos. Sus pasiones son extremas, tiene una personalidad angustiada y una ardiente necesidad de amor, posee un orgullo sin límites y se deleita la mayoría de las veces en ser humillado. Infinitamente soberbio, se complace en su propia superioridad y en la manifiesta indignidad de los demás. Los que no le conocen se burlan de él; los que sí lo hacen, no pueden evitar temerle. Podría convertirse en un monstruo de rencor y de deseos de venganza, pero el amor le salva, le llena de la más profunda compasión y le enseña a perdonar los errores de los demás, desarrollando así a lo largo de la narración un elevado sentimiento de moralidad.
Todos los personajes que le rodean no pueden evitar dejarse fascinar por él, pero al mismo tiempo sienten un profundo terror ante esa mezcla de orgullo, pasión e inocencia que a todos les desborda. Este es el personaje, este “idiota” que no lo es tanto y que ya forma parte de los grandes personajes de la literatura de todos los tiempos.
Quiero manifestar mi agradecimiento al CDN, a José Luis Arellano por su constante apoyo en este y en todos mis espectáculos y a José Luis Collado, autor otra vez de una extraordinaria y luminosa versión que se ha convertido en la inspiración necesaria de este nuevo proyecto».
Gerardo Vera
El idiota de Dostoyevski es un tratado sobre el hombre y un catálogo de las fuerzas que lo entrelazan. Convertir una novela como un océano en una obra de teatro de cámara exige aventurarse hacia una captación poética de la esencia y los temas de la obra. Debe haber espacio para el gesto animado, la palabra de amor, el juego y el silencio, pero también para la desesperación, el grito, la mirada incierta, la culpa, la duda, el lamento y el perdón.
Lev Nikoláyevich, el príncipe Myshkin, es muy humano, pero más que un personaje es un ideal entre lo bello y lo frágil, cuya pureza rompe contra la tormenta del mundo. Myshkin, figura del loco-cuerdo, es un símbolo de la calma, la ternura y la verdad: la verdad que se hace insoportable a los hombres, y que contornan para poder sobrevivir. La cruzada de Myshkin es una llamada del espíritu ante lo intolerable, ante aquello que nos hace violencia y vuelve impropia la existencia del hombre; es una búsqueda no tanto de la razón como de lo razonable, del Bien que es la justicia en común y la vida con autenticidad. La condición humana parece sin embargo oponerse a todo ello con las pasiones, el deseo que nos asalta, la impureza, el mal y el poder. Esta lucha de fuerzas es el drama de nuestros cinco personajes, cuya esperanza parece quedar en el perdón y la aceptación, y también en ese amor, más angelical que erótico, que es la compasión. No hay libertad en el mundo si, con devoción y ternura, no somos en el otro
Producción Centro Dramático Nacional