Nacemos con un equipaje que no elegimos. Un entramado de vínculos que pueden ser tan reconfortantes como asfixiantes. Un torbellino donde la caricia puede seguir a la bofetada sin apenas transición, donde el amor puede mostrar su lado más violento y la tragedia su humor más macabro, donde lo cotidiano se puede hacer extraño cuando crecemos y ganamos perspectiva. Y es en ese momento cuando podemos asumir la gran responsabilidad de decidir sobre nuestro propio viaje, de elegir a nuestros compañeros de ruta… o, por el contrario, de decidir quedarnos juntos eternamente silenciosos. Los personajes de Adentro oscilan entre ambos márgenes, balanceándose dulces y violentos, desnudándose de manera franca y con el suelo siempre a punto de abrirse bajo sus pies. Sin juicios, me dejo llevar por ese balanceo.
Como ya ocurriera con Sole y Pablo en En construcción, en Adentro los cuatro personajes (Marga, Dina, El Negro y Male) encuentran cada uno su propia identidad y se reivindican en una historia, en este caso, de dependencias emocionales en el seno de una familia muy enrocada sobre sí misma, con apenas vínculos con el mundo exterior.
Carolina Román no juzga a sus personajes. Eso es algo que valoro enormemente en un autor. Ella los expone en su naturaleza bruta, totalmente desenvuelta, sin trampa ni cartón, y los hace interactuar a quemarropa, sin red y con la capacidad de dejarse sorprender por sus reacciones. Carolina los fabrica, ellos cobran vida propia y encuentran sus caminos, que no siempre coinciden con las sendas que la autora trazó en un principio para cada uno de ellos. Cuando un personaje se empecina en explorar territorios diferentes a los que el autor pensó para él lo mejor es no llevarle contraria. Y eso es precisamente lo que hace Carolina: dejarse sorprender por sus criaturas. Eso para un director es oro, de modo que tampoco seré yo quien juzgue a esos personajes desde la puesta en escena.
Tristán Ulloa
ADENTRO regresa al TEATRO MARÍA GUERRERO