Ernesto Federico Alterio Bacaicoa (Buenos Aires, Argentina, 25 de septiembre de 1970) es un actor de cine hispano-argentino que hace su carrera en España.
Hijo del actor Héctor Alterio y de la psicóloga Ángela Bacaicoa, quien debido a su activismo político izquierdista, se vio obligado a abandonar Argentina tras el golpe de estado que tuvo lugar muy poco tiempo después del nacimiento de la hermana de Ernesto, Malena Alterio. De hecho Ernesto se llama así por el Che Guevara y de segundo nombre, Federico, por el poeta García Lorca. Es de ascendencia italiana, sus abuelos eran originarios de Carpinone, comuna de la provincia de Isernia, región de Molise.
Instalado con su familia en España a muy corta edad, Ernesto no padeció el desarraigo que lleva aparejado el exilio. Estudió para ser biólogo pero dejó para seguir con la carrera de Historia en la que duró dos años, negando su vocación artística. Ernesto tenía pudor de ser actor ante mi padre. Sobre esa época, Ernesto comentaba que iba de soslayo, bordeando la charca por la orilla para no caer en ella: música, fotografía, historia…
Finalmente, estudió Arte Dramático con Cristina Rota y Daniel Sánchez. Para completar sus estudios cursó clases de danza con Agustín Belusci. En la escuela de Cristina Rota entabló amistad con Nathalie Poza, Guillermo Toledo y Alberto San Juan, con quienes fundó el grupo teatral Ración de Oreja, compañía con la que representó la obra teatral Animalario en 1996. Al conocer a Andrés Lima, que tenía ya su propio grupo de actores, ambos decidieron fusionar ambas compañías. El resultado final fue Animalario que tomaba su nombre de la primera obra representada. Con ella escenificaron obras como Que te importa amor o El fin de los sueños. La compañía pretendía realizar funciones críticas con la sociedad de su tiempo. De esta manera el nombre de Ernesto se vinculó con una juventud progresista, reivindicativa, comprometida con la política y con ciertos aires contestatarios. Ahora bien, Ernesto consideraba que no tiene importancia militar en un partido porque no existe una única verdad y la revolución se puede hacer en pequeñas cosas cómo aceptar nuestras diferencias…
Para entonces la carrera cinematográfica del actor empezaba a despegar con pequeños papeles en películas como Mi nombre es sombra, Tengo una casa, Morirás en Chafarinas, Belmonte, Más que amor, frenesí, Dos por dos… Su padre le hizo una recomendación de la que Ernesto tomó nota: llevar una silla al rodaje que le sirviera para sentarse durante los interminables descansos. En televisión había aceptado pequeños trabajos en series como El joven Picasso, Lleno, por favor, Colegio Mayor, Los ladrones van a la oficina y Todos los hombres sois iguales.
En 1998 unió su firma a un manifiesto que exigía el cese de la limpieza étnica de Slobodan Milošević, el cese de bombardeos de la OTAN y la sustitución de las fuerzas militares y grupos armados en Kosovo por una paz compuesta por cascos azules mandados por la ONU. Pere Ponce, Santiago Ramos, Alberto San Juan, Julieta Serrano, Pilar Bardem, Fiorella Faltoyano, Manuel Galiana, Juan Diego Botto, María Botto, Juan Luis Galiardo, Juan Diego, Amparo Valle y otros actores también se comprometieron en la causa.
Ernesto acababa de estrenar su primera película comercial como protagonista. Fernando Colomo lo había llamado para protagonizar junto a Jordi Mollà y Juan Echanove. La cinta se titulaba Los años bárbaros, inspirada en la vida del historiador Nicolás Sánchez-Albornoz quien, a finales de los años, escribió en la fachada de la Universidad de Filosofía y Letras de la Complutense ¡Viva la universidad libre!, siendo por ello enviado al Valle de los Caídos, desde donde emprendió su huida hacia Francia. El personaje de Ernesto (Jaime) ofrecía una imagen de veintañero culto, sensible que se enamoraba de una inglesa que le ayudaba en la fuga.
Colomo volvió a ficharlo para El cuarteto de La Habana, filme rodado íntegramente con una steady cam, como el anterior -y como prácticamente toda la filmografía del realizador- contenía cierto discurso a favor del intercambio cultural y las ventajas del cosmopolitismo. Si sumamos a esto el hecho de que su papel era el de un caradura que se ligaba toda mujer que se encontraba, Ernesto empezaba a concretar más su perfil de intérprete dado a representar a una juventud que carecía de una vida afectiva estable y que sufría una deriva emocional que le hacía actuar con cierta inmadurez. Un largometraje anterior, bajos las órdenes de Chus Gutiérrez, Insomnio redundaba en esa tendencia.
Finalizado el rodaje de su segunda película con Colomo, Ernesto recibió la noticia de su candidatura al Premio Goya al mejor actor revelación. Para entonces ya tenía pendiente de estreno un filme de Mariano Barroso, Los lobos de Washington, en el que el actor interpretaba a un hombre de cortas entendederas, pero voluntarioso en sus quehaceres diarios. Al año siguiente en Marruecos repitió la experiencia con Barroso en Kashbah, inspirada en The Searchers (Más corazón que odio o Centauros del desierto), en el que el personaje de Ernesto buscaba a una joven desaparecida que no deseaba ser encontrada.
En 2001 Carlos Saura lo contrató para encarnar a un Salvador Dalí atormentado por el recuerdo de un padre dominante, en Buñuel y la mesa del rey Salomón. Ernesto vivió el rodaje, igual que Adrià Collado (encargado de dar vida a Federico García Lorca), desconcertado por el talante experimental de la cinta y la inconcreción de las indicaciones de Saura. Sea como fuere, el director aragonés recibió las peores críticas de su carrera en el Festival de Cine de San Sebastián mientras sus intérpretes recibieron elogios, a pesar de mostrarse Ernesto insatisfecho con su trabajo, por más que admirase el entusiasmo del responsable de la película.
Para regresar a un terreno más cómodo estrenó, bajo la dirección de Cristina Rota, la obra teatral de Tom Stoppard Rosencrarz y Guilderstein han muerto. Juan Diego Botto y Roberto Dragó le acompañaron sobre las tablas.
En 2002 aceptó un pequeño papel en Deseo, realizada por Gerardo Vera, en la que interpretó a Julio, un republicano encarcelado que, tras obtener la libertad, encuentra a su mujer enamorada de un nazi. Leonor Watling, Leonardo Sbaraglia, Emilio Gutiérrez Caba, Cecilia Roth, Rosa María Sardà y Norma Aleandro completaron el reparto.
Ese mismo año protagonizó El otro lado de la cama, película de Emilio Martínez-Lázaro que tomaba de Todos dicen I Love You (Woody Allen, 1997) y Trabajos de amor perdidos (Kenneth Branagh, 2000) una concepción costumbrista del musical, en el que primaba la importancia de las emociones de los personajes sobre el estilismo de las coreografías. Debido a ese intento de querer modernizar el panorama español -procurando la homologación de la imagen con la de otros países-, tanto en su envoltorio como en su aspecto temático -la historia de dos amigos que se acuestan con la novia del otro, la cinta cosechó buenas críticas y un éxito de taquilla. La película de Martínez Lázaro reincidió en esa imagen de inestabilidad emocional característica de la mayoría de los trabajos de Ernesto, quien obtuvo una candidatura a los premios de la Unión de Actores. Sus antiguos compañeros de Animalario, Guillermo Toledo y Alberto San Juan, debido al triunfo alcanzado con el filme, fueron seleccionados para presentar unos Premios Goya donde se lanzó reiteradamente el grito del No a la guerra. Aunque Ernesto no participó en la gala, sí se apuntó a las movilizaciones contra la guerra de Irak en Madrid.
Al año siguiente, el guionista de El otro lado de la cama, David Serrano, debutaba como realizador en Días de fútbol, la historia de un grupo de perdedores. Serrano confió a Ernesto el papel más importante, Antonio, un ex-yonqui y ex-presidario reciclado a taxista y con ánimo de estudiar psicología que apuntaba a sus amigos (interpretados por Alberto San Juan, Secun de la Rosa, Pere Ponce y Fernando Tejero) a una liga de fútbol con el fin de reactivar su mediocre vida. Ernesto logró una candidatura al Fotogramas de Plata y al Premio Goya a la mejor interpretación masculina protagonista que perdió frente a Luis Tosar. A cambio de esa derrota, Ernesto recibió junto a Malena un premio que le emocionaba más: entregar el Goya de Honor a Héctor Alterio.
En ese año Ernesto estrenó Incautos y Muertos comunes, títulos a los que le siguieron tres interpretaciones en las que se mostró como un treintañero indeciso. En la primera, El método, interpretó a Enrique, un aspirante a un importante puesto de trabajo, que hacía gala de un pésimo sentido del compañerismo y que era incapaz de adoptar cualquier postura. Como el Javier de Los 2 lados de la cama, en la que era abandonado por su prometida (Marta: Verónica Sánchez), quedando indefenso, necesitado de cariño y que descubría su bisexualidad al final de la función. O como el Serafín de Semen, una historia de amor, en la que Ernesto encarnó a un médico que donó su esperma a una joven de la cual se había enamorado y que no quería el bebé para sí sino para su hermana.
Precisamente en esta última Ernesto trabajó con su padre. Ernesto dijo que coincido con él en que en el plató recreas una serie de códigos familiares que uno no se propone… Repitieron la experiencia en el cortometraje Entre nosotros -donde también participaba Malena y Mariví Bilbao- y la serie Vientos de agua en la que padre e hijo interpretaban el mismo personaje a distintas edades, José Olaya, un minero asturiano que, al hacer explotar una mina junto a su hermano Andrés (Iván Hermes), al cual estaba afectivamente muy unido, se ve obligado a exiliarse en Argentina. En dicho país permanece toda su vida y establece su propia familia, entre ellos su hijo, obligado a buscar trabajo en España ante la crisis económica que asalta al país.
En 2006 nació su hija Lola fruto de su relación con la actriz colombiana Juana Acosta y recibió su segunda candidatura a los Fotogramas de Plata.
En 2009 aceptó el papel de protagonista en la serie de Antena 3, La chica de ayer. Su personaje, Samuel Santos, un joven que tiene un accidente en el año 2009 y cuando se despierta lo hace en 1977.
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