Después de salir del Teatro Guindalera comencé a caminar con cierto sabor agridulce que me había dejado el final de la obra. No comprendía ciertas reacciones en el personaje de Ricard, el joven activista inspirado en Enric Duran y que Juan Caballero interpreta desde el mejor lugar: el de la verdad. El actor realiza un trabajo formidable. Arranca risas, se muestra entusiasta, preocupado, desesperado y desconfiado, a la espera de una llamada que no llega y con la impotencia y confusión que crea querer explicarte en un idioma que no es el tuyo. Es en ese momento de ‘lost in tanslation’ donde el actor maneja con soltura las confusiones otorgándolas de una naturalidad que van provocando la risa del espectador a base de pellizcos durante toda la obra.
Todo transcurre en la casa de Liz, una joven americana que ha conocido en una conferencia. Ana Adams interpreta de manera magistral a un personaje que no tenemos ni la más remota idea por donde va a salir. Un personaje complejo, interesante, divertido, al borde del abismo, seductor y cargado de secretos. Un personaje que parece sacado del cine clásico o de una película de Woody Allen. Y entre copas de vino y rodeados de libros amontonados en el suelo, la espera de una llamada (que como el vaso de agua) no llega y las extrañas llamadas que ella recibe, llenan la habitación de silencios y sospechas. Desconfianza, preguntas, temor. Sus silencios te interrogan. Sus dudas te confunden. Más preguntas que respuestas.
Y mientras caminaba sin rumbo intentando comprender, poniéndome los zapatos de uno y los del otro, recordé las palabras del maestro Juan Mayorga:
«El conflicto más importante que ofrece el teatro no es aquel que se presenta en escena, sino aquel que se da entre el escenario y el patio de butacas. Un teatro que no divide el patio de butacas y que no divide al espectador es un teatro irrelevante. El verdadero teatro ha de ser capaz de sembrar el conflicto en el corazón mismo del espectador. El arte ha de ser peligroso para quien lo hace y para quien lo completa, que es el espectador.»
Estamos tan mal acostumbrados que, a veces se nos olvida que tenemos que poner de nuestra parte para simplemente… pensar.
Qué bien le sienta el lema a la Guindalera de ‘Un gusto teatral’… Una hora de PURO TEATRO que en cierta manera me había trasformado. Un teatro que te desafía y que te hace cuestionarte hasta tu nombre. Y un teatro así… un teatro así no puede desaparecer. (Como desapareció la época en la que en TV ponían Un tranvía llamado deseo…)