por Juan Mairena
Hacía tiempo que quería escribir sobre Pingüinas, no una crítica, sino una carta de amor. Desde su estreno el pasado 23 de abril, aunque el estreno oficial fuera unos días más tarde, la obra de Arrabal no ha dejado indiferente a nadie. Con sus defensores y detractores, Pingüinas ha sido motivo de encendidas críticas en uno y otro sentido, convirtiéndose en uno de los acontecimientos teatrales del año y yo diría que de la década. Y esto no se debe únicamente al ingenioso hidalgo Don Fernando Arrabal, cuyo barroco y genial texto será objeto de estudio en años, tal vez en siglos venideros, sino también a la maestría de un Pérez de la Fuente iluminado que ha sabido trasladar al escenario un texto complejo -encargado por él mismo con motivo del 400 aniversario de la segunda parte de El Quijote– dotándolo de imágenes de gran belleza y ultra-sensibilidad.
Cuando llegó al Centro Dramático Nacional en 1996, Pérez de la Fuente puso patas arriba el María Guerrero, desmantelando el patio de butacas -nunca he visto nada igual- para montar la escenografía de Pelo de tormenta, de Francisco Nieva, uno de los más grandes espectáculos que recuerdo desde que llegué a Madrid. Con su entrada en el Español, ha querido repetir aquella hazaña y después de lo visto, uno puede decir, sin peligro a equivocarse, que lo ha vuelto a hacer. Esta vez apoyado en la excelente coreografía de Marta Carrasco, el vestuario de Almudena Rodríguez Huertas, la escenografía de Emilio Valenzuela, la fantástica iluminación de José Manuel Guerra, esa maravillosa y envolvente música de Luis Miguel Cobo y la asistencia de Pilar Valenciano y Pablo Martínez.
Por supuesto, no olvido a mis queridas pingüinas, las CervantAs, esas dervichas giradoras, esas pingüinas libres, valientes e insobornables como MIHO. A Ana (Luisa) mi amor, a María (Torreblanca) mi amor, a Marta (Constanza)mi amor, a Sara (Isabel) mi amor, a Lara (Leonor) mi amor, a Ana (María) mi amor, a Badia (Catalina) mi amor, a María (Andrea) mi amor, a Alexandra (Martina) mi amor, a Lola (Magdalena) mi amor y a Miguel (Miho) mi amor. Porque es imposible no enamorarse de ellas o de él. Porque pocas veces he visto tanto esfuerzo, tanta entrega y tanto amor en un escenario.
El buen teatro es el que no pasa inadvertido, el que a nadie deja indiferente, el teatro que sorprende, el que hace pensar, aunque sea mucho -todos queremos interpretar a Miho para guisar sus escritos a nuestro gusto-, el teatro que conmueve, el que toma de la mano a sus personajes y los mima, con el mismo cariño que Arrabal trata a Miho, con el mismo afecto que Pérez de la Fuente arropa a sus QuijotAs, esas hidalgas de las de lanza en astillero, adarga antigua, perro Paco y moto corredora. Si amamos profundamente el teatro es gracias a maravillas como esta, en la que verdaderos profesionales se dejan la piel, el corazón y los pulmones, para que algunos pocos afortunados, como nosotros, seamos testigos privilegiados y no olvidemos nunca por qué estamos aquí y por qué merece la pena seguir adelante. Pingüinas es un acto de amor, un acto de amor a Cervantes, pero también un acto de amor al teatro, a la belleza, a la libertad y a la vida.
¿Quién como Dios? ¿Quién como Pan? Inolvidables Pingüinas como MIHO.
Juan Mairena