Adelaida Ripoll Cuetos (Madrid, 4 de agosto de 1964), más conocida como Laila Ripoll, es una directora de escena, profesora y dramaturga española. Su obra ha sido traducida al francés, rumano, portugués, italiano, griego, inglés y euskera.
Nace en Madrid en 1964 en el seno de una familia vinculada al oficio del actor. Su padre, Manuel Ripoll, fue realizador y director de Tv. Su madre, Concha Cuetos, muy conocida por su personaje de Lourdes, en Farmacia de guardia, ha hecho teatro, cine y Tv desde 1962. Su hermano es el también actor Juan Ripoll.
Laila es titulada superior en arte dramático por la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) (1987). Estudió pedagogía teatral en el INAEM, interiorismo en la Escuela de artes aplicadas y oficios artísticos y teatro clásico español en la escuela de la compañía nacional de teatro clásico. Toda esta formación en diferentes disciplinas se unen en ella siempre en relación con el hecho escénico.
Está casada con el actor y autor Mariano Llorente con quien tiene un hijo.
Adolfo Marsillach funda a finales de los 80 un curso en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, para formar a jóvenes actores para recuperar el patrimonio del teatro clásico español. Laila hace el curso y al terminar en 1991 crea la compañía de teatro Micomicón junto a otros compañeros del curso: Juanjo Artero, Isabel Gaudí y Jose Luis Patiño Posteriormente se unieron Mariano Llorente y Santiago Nogales.
El ideal de esta compañía es tener a los clásicos españoles como máximos referentes culturales y estéticos. Poder hacer reflectaras de los clásicos españoles como veían que ya se estaba haciendo en otros países como Inglaterra con sus clásicos. Como La Royal o Declan Donnellan.
Dentro de la compañía Laila trabaja como actriz, directora de escena, escenógrafa, gestora, maestra de actores, dramaturga y dramaturgista; dependiendo del espectáculo.
La compañía lleva más de 25 años en activo y han estrenado más de 20 espectáculos, convirtiéndose en una de las compañías teatrales de referencia tanto en España, como en muchos países latinoamericanos.
Abarcan diversos tipos de espectáculos, clásicos, musicales, históricos. Dirigidos a público de todas las edades, sin especializarse en un público en concreto.
Dentro de su trayectoria nos podemos encontrar dos vertientes. Una más clásica y otra más contemporánea.
La idea es recuperar y llevar a escena el teatro clásico español. Desde el teatro popular de entremeses y mojigangas, pasando por la inmensidad de títulos de comedias del S. De Oro, llegando hasta la creación de nuevos textos, más relacionados con la actualidad.
La intención era hacer un teatro lleno de espontaneidad, pero también de disciplina. Lleno de libertad formal y de recursos actorales, basando sus esfuerzos en aunar en un todo indivisible, vanguardia y tradición. Deshaciéndose de todo lo que no aporte verdadero contenido y sea de interés para el público de nuestro tiempo. Único receptor de este teatro.
En definitiva, respetar el texto clásico restándole todo aquello que empobrezca el juego teatral.
Con esta otra vertiente la compañía busca un teatro del S. XXI, lleno de libertad formal donde convivan lo sagrado y lo tosco, el mito y la actualidad, la muerte y el chascarrillo. Teatro de texto, pero a la vez teatro del color, de la definición plástica, del valor de las texturas y de los materiales.
El teatro de Laila se caracteriza por la singularidad de su voz, que mezclando un tono propio, con un lenguaje expresivo y con el estudio de otras manifestaciones artísticas como la pintura; crea en el espectador la posibilidad de reflexionar sobre una verdad incómoda, normalmente relacionada con algunos de los asuntos que arrastra nuestra historia como lastre de la sociedad española desde hace ya demasiadas décadas.
Con sus puestas en escena, Laila trata de contar no sólo la fábula que aparece en las obras, sino cuál es su punto de vista sobre los temas que preocupan a la sociedad en la que vive.
Su teatro se preocupa esencialmente por los problemas colectivos. Su mirada huye del reducido ámbito de los sentimientos personales, para escudriñar las heridas, ocultas bajo aparatosos y sucios vendajes, pero aún no cicatrizadas, que padece la sociedad española. Esas heridas que casi nadie quiere mirar. Y mucho menos curar.
Laila hace un teatro para que reflexionemos y pongamos freno a los abusos que pone sobre el escenario.
Los colores que lleva a escena son principalmente marrones, grises, azules y blancos rotos. La atmósfera es más bien fría y borrosa, como quien mira a través de unas gafas viejas.
Los personajes están sucios y tristes, pero no se ponen delante del espectador para llegar a una versión mejor ni más perfecta de sí mismos, sino para denunciar su situación. Una situación que, aunque ficcionada en sus obra, fue real hace no mucho tiempo y no muy lejos de aquí.
Españoles abandonados en los campos de concentración de Mauthausen, niños enfermos y personas con diversidad funcional utilizados como experimentos de prueba de las primeras cámaras de gas alemanas. Víctimas del bando perdedor de nuestra guerra civil, de la que ni siquiera ha pasado un siglo y ya muchos pretenden hacernos creer que no ha existido. Entre esos muchos no se puede incluir a Laila Ripoll. Laila señala con el dedo para decir dónde nos sigue doliendo. El teatro de Laila está allí donde siga habiendo una fosa común. Seguirá reivindicando la necesidad de una justicia real, hasta que no exista en todo el país una calle, una plaza o un parque con el nombre de algún general franquista.
Laila complementa su carrera como directora con trabajos externos a la compañía Micomicón.
La ciudad sitiada (1999):
Atra Bilis (2001):
Los niños perdidos (2005):
El triángulo azul (2015):