Los amores diversos, por Fernando J. López

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Los amores diversos, por Fernando J. López (foto Manolo Pavón)

Los amores diversos, por Fernando J. López (foto Manolo Pavón)

 

Los amores diversos

por Fernando J. López

 

Los amores diversos nació de la necesidad de abordar la vivencia de la literatura desde una perspectiva íntima, cotidiana, reivindicando el papel que cada una de las páginas que hemos leído ha acabado desempeñando en nuestra vida. Por este motivo era necesario que fuera un monólogo, pues se trataba de recrear a través de la peripecia existencial y concreta de un personaje algo tan universal como la intimidad del lector ante el libro, la soledad radical a la que nos aboca el hecho literario y que, a la vez, nos conecta con tantas experiencias y emociones. La lectura, como el monólogo, es una comunicación aparentemente unidireccional y, sin embargo, múltiple. O, como dice el título de la función, diversa: el lector es quien construye la historia del libro, quien da voz y vida a los personajes, quien acaba sintiéndose rodeado por todos ellos en una isla idéntica a la de Ariadna, la protagonista de Los amores diversos, en esta función. Y el espectador es quien, en un monólogo, se convierte en interlocutor del personaje, confidente y voyeur de una realidad a la que nos podemos asomar gracias a la poesía inherente al género dramático.

 

Para abordar un texto como este me parecía esencial contar con un equipo que pudiese traducir esas palabras en imágenes y, más aún, en emociones. Por eso conté desde el principio con Rocío Vidal, la actriz que da vida a Ariadna y que es motor esencial de este proyecto. Su fuerza, su pasión y su vehemencia se quedaron en el personaje y me permitieron construir una mujer muy diferente a ella pero con quien comparte su capacidad de lucha y su necesidad de búsqueda continua de la verdad. El monólogo se convirtió así en un texto que escribía para ella mientras, a la vez, buceaba en mí mismo y en los temas que me obsesionan tanto en mis obras de teatro como en mis novelas. La identidad, la soledad, la comunicación o la visibilidad: todos ellos aparecen de un modo u otro entre las historias que va tejiendo Ariadna a lo largo de una función donde intenta controlar su dolor y esconder su intimidad aunque la noche, los libros desparramados por el suelo y el alcohol hacen que descubra de sí misma lugares que hacía tiempo no se atrevía a transitar.

 

Los amores diversos, por Fernando J. López

Los amores diversos, por Fernando J. López

 

La isla de Ariadna, ese mundo en el que homenajeamos al amor y a la poesía, no existiría si no hubiera contado con Quino Falero como cartógrafo. Además de ser un director dotado de una exquisita sensibilidad para el trabajo con los actores, aquí se convierte en escultor de versos a través de una puesta en escena que está llena de hallazgos y que me enamoró desde la primera vez que pude asistir a uno de sus ensayos. Y lo más hermoso de ese proceso creativo es que se han sumado voces y lenguajes diferentes, de modo que todos los que han participado han dejado una huella personal como la de la música de Mariano Marín, que se convierte en un personaje más en continuo diálogo con Ariadna; la escenografía de Mónica Boromello, que vuelve tridimensional la vertiente más lírica del texto; o la iluminación de la Cía. de la Luz, que nos permite transitar de lo real a lo onírico durante la función.

Pocos procesos creativos he vivido tan intensos, complejos y, a la vez, gratificantes como el de Los amores diversos. Pero cada vez que se encienden los focos y sentimos cómo el público se proyecta en los miedos y en las pasiones de Ariadna, ese esfuerzo merece la pena. Porque todos guardamos amores imposibles o secretos, todos peleamos cada día por querernos un poco más a pesar de que hay días que sintiéramos ganas de rendirnos y querernos un poco menos y todos, sin saber cómo ni por qué, encontramos de repente en un verso, en una canción o en una novela alguna imagen que nos devuelve a ese yo que fuimos o que nos ayuda a dibujar el yo que nos gustaría ser.

Y de eso, de ser y de celebrar lo que somos, habla esta función.

Celebremos la vida, nos recuerda Ariadna.

Celebrémosla.

 

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